La princesa, Lu Shi (石魯) se llamaba, le fue concedida.
Un embajador viajó a buscarla. Hubo intercambio de regalos y hubo interminables agasajos y ceremonias. En cierto momento, cuando pudo hablar a solas, el embajador contó a la princesa las angustias del marido que la esperaba. Desde siempre Yutian pagaba con jade la seda de China, pero ya poco jade quedaba en el reino.
Lu Shi no dijo nada. Su cara de luna llena no se movió. Y se puso en marcha. La caravana que la acompañaba, miles de camellos, miles de tintineantes campanillas, atravesó el vasto desierto y llegó a la frontera en el paso de Yumenguan.
Unos cuantos días llevó la inspección. Ni la princesa se salvó de ser registrada. Por fin, después de mucho andar, el cortejo nupcial llegó a su destino. Sin decir palabra, sin gesto alguno, había viajado Lu Shi.
Ella mandó que todos se detuvieran en un monasterio. Allí fue bañada y perfumada. Al son de la música comió, y en silencio durmió.
Cuando su hombre llegó, Lu Shi le entregó las semillas de morera que había traído escondidas en su cofre de medicinas. Después le presentó a tres doncellas de su servicio, que no eran doncellas ni eran de su servicio. Eran expertas en artes de sederías. Y después desprendió de su cabeza el gran tocado que la envolvía, hecho de hojas de canelo, y abrió para él su negra cabellera. Ahí estaban los huevos del gusano de la seda.
Desde el punto de vista de China, Lu Shi fue una traidora a la patria donde nació. Desde el punto de vista de Yutian, fue una heroína de la patria donde reinó. (Ex Eduardo Galeano).
Un embajador viajó a buscarla. Hubo intercambio de regalos y hubo interminables agasajos y ceremonias. En cierto momento, cuando pudo hablar a solas, el embajador contó a la princesa las angustias del marido que la esperaba. Desde siempre Yutian pagaba con jade la seda de China, pero ya poco jade quedaba en el reino.
Lu Shi no dijo nada. Su cara de luna llena no se movió. Y se puso en marcha. La caravana que la acompañaba, miles de camellos, miles de tintineantes campanillas, atravesó el vasto desierto y llegó a la frontera en el paso de Yumenguan.
Unos cuantos días llevó la inspección. Ni la princesa se salvó de ser registrada. Por fin, después de mucho andar, el cortejo nupcial llegó a su destino. Sin decir palabra, sin gesto alguno, había viajado Lu Shi.
Ella mandó que todos se detuvieran en un monasterio. Allí fue bañada y perfumada. Al son de la música comió, y en silencio durmió.
Cuando su hombre llegó, Lu Shi le entregó las semillas de morera que había traído escondidas en su cofre de medicinas. Después le presentó a tres doncellas de su servicio, que no eran doncellas ni eran de su servicio. Eran expertas en artes de sederías. Y después desprendió de su cabeza el gran tocado que la envolvía, hecho de hojas de canelo, y abrió para él su negra cabellera. Ahí estaban los huevos del gusano de la seda.
Desde el punto de vista de China, Lu Shi fue una traidora a la patria donde nació. Desde el punto de vista de Yutian, fue una heroína de la patria donde reinó. (Ex Eduardo Galeano).