domingo, 27 de febrero de 2011

Exposición sobre la Ruta de la Seda, Granada.

Del 3 al 31 de Marzo(2011) en el Hall de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada.


El hilado.

  Debido a la gran producción textil que reflejan los historiadores, para abastecer a los numerosos talleres se puede pensar que, si el trabajo o el proceso del hilado era manual, se realizaría con la ayuda de algún sistema semimecánico que permitiera un molinaje múltiple y produjera unos hilos finos y regulares en su torsión (Saladrigas, 1996). Una vez más, el lenguaje metafórico respecto a lo textil es utilizado para comparar el hilado de la seda con la administración de la provincia de Azerbayán que hace el historiador Miskawayh en el año 965 (o 421 H.) en su obra Kitab Tajarib al-Uman: «¿Habéis observado a los que hilan la seda? La torsionan por medio de una serie de bobinas que cuelgan de unos ganchos en una especie de cruces de vidrio». «Sí», respondí yo. «¿No sabéis que todo el trabajo del obrero consiste en instalar la máquina y en regularla? Después de lo cual es suficiente con controlar los hilos cerca de las bobinas y vigilar el devanado. Nosotros hemos montado convenientemente la máquina, las bobinas giran, la seda se torsiona y el molinaje de la misma se va realizando. Pero si nos alejamos, la fuerza de la rotación empieza a debilitarse, pues no habrá nadie para mantenerla; entonces empezará a relajarse, la velocidad de rotación de las bobinas disminuirá, y tomarán el movimiento contrario y se invertirán y se torsionarán en el sentido contrario al que seguían hasta ahora. Nadie estará allí para controlarlo y la máquina se irá parando poco a poco de tal forma que no quedará nada».
  La transformación de la seda en madejas se ejecutaba sólo por maestros hiladores cualificados. Esta situación ya se daba en época musulmana y se refuerza después de la conquista. Todavía cuando tuvo lugar la expulsión masiva de los moriscos en 1571, en época de Felipe II, hubo exenciones para 786 mujeres hiladoras en todo el reino de Granada.
  El proceso de molinaje era confiado a personas expertas llamadas naqqad, quienes devanaban directamente a partir de los capullos para obtener la seda llamada manqud, la seda de desecho era hilada por los muqasir y denominada muqassar (Saladrigas,1996).
  Según el Tt’en-Koing k’ai-wu de Sun Ying Hsing (1637), un trabajador podía devanar unos 850 gramos por día, trabajando sobre un promedio de 7 a 10 capullos para obtener una seda de 20/22 deniers (medida de densidad); si la seda estaba destinada a pañuelos, la cantidad se reducía a solamente 500 gramos, pues el hilo de seda para estetipo de piezas debía ser más fino. Se calculaba que dos varas y media de seda tejida equivalían a una libra de seda cruda. Estudios recientes (Morral, 1991) afirman «que puede considerarse que para la producción de un kilo de seda hilada con hilatura manual, son necesarias, como mínimo, dos jornadas y media».
  Serrano (1993) analiza varios términos del diccionario de Ibn Sida y saca algunas conclusiones, como ejemplo: qazz sería la seda sin devanar; ibrisam, el hilo que se obtiene del devanado; jazz sería la seda ya hilada pero seda de baja calidad, es decir, aquella que se ha partido su hebra al sacar la seda desde el capullo al torno y queda con las uniones de los hilos, resultando una seda burda, que se solía aprovechar, en ocasiones, para formar la urdimbre y en la trama se utilizaba otro material (lana, lino, algodón, etc.), consiguiéndose un tejido de una textura sólida, gran resistencia, más abrigado y económico. Finalmente, el término harir se aplica para el tejido cuya trama y urdimbre se forman con seda, y también para indicar la seda en un sentido genérico, aunque hay que señalar que el uso del vocablo harir siempre hace referencia a un tejido precioso o valioso.
  La seda se hilaba en las zonas rurales (López de Coca, 1996). Entre los meses de diciembre y abril, cuando los caminos de las Alpujarras se encontraban cubiertos de nieve, sólo llegaba a la capital nazarí una pequeña cantidad de seda, pero entre los meses de junio y septiembre las ciudades recibían los dos tercios de la producción anual. Luego, en la alcaicería al-qaysariyya los inspectores yilis comparaban el peso y la calidad de la seda y vigilaban la regularidad de la venta de almoneda.
  Los criadores sólo podían vender la cosecha de seda, parcial o totalmente, en una de las tres alcaicerías existentes en el reino; las de Granada, Málaga y Almería. La designación de los maestros hiladores que trabajaban en el torno corría a cargo del funcionario, conocido como hafiz o conservador, y de sus lugartenientes; si aquéllos iniciaban sus labores sin permiso previo de estos oficiales, perdían la seda hilada y pagaban su valor al dueño de la misma. Para ello el hafiz debía nombrar cada primero de abril a los hiladores «en la costa de la mar» y a mediados de mes en el resto del reino. Cuando era el momento propicio, iban a cualquiera de ellas y llevaban consigo al hafiz «que está en el marxamo» entregando luego la seda a un corredor que la ofrecía en almoneda, cobrando una comisión por ello.
  El poeta al-Rusafi de Valencia, en el siglo XII, debía conocer bien a los sederos o hiladores de seda y así los describe: «El sedero se parece a la gacela: con su largo cuello agyad sostiene la seda en la boca como la gacela sostiene la rama de ‘arar en la suya».
  Es evidente que la calidad de las madejas variaba según su procedencia geográfica.Las de mayor precio eran las producidas en Almería, Guadix y los distritos alpujarreños de Marchena, Beloduy y Andarax. En un nivel intermediario estaba la seda procedente del resto de la Alpujarra, Granada y su litoral, Málaga y su Ajarquía, Baza y su hoya, valle de Almanzora, Vera y Purchena, y las de menor precio eran las que llegaban del extremo occidental del reino nazarí (López de Coca, 1996).
  En los documentos de la Geniza del Cairo se llegan a citar doce tipos diferentes de seda, según su calidad y lugar de origen. En al-Andalus se llegaron a conocer más de catorce sinónimos para la palabra seda ya en el siglo XI, según el diccionario de Ibn Sida de Murcia. En aquellos documentos de la Geniza aparece al-Andalus como el primer productor de seda ya en el siglo XII.
CRISTINA PARTEARROYO LACABA
Instituto Valencia de Don Juan

sábado, 26 de febrero de 2011

Cuentos de Calleja (I).

La leyenda de la seda (Cuento chino).
Allá en las remotas épocas, quince siglos antes de la Era cristiana, vivía una preciosa niña, hija de uno de los más poderosos caballeros del Celeste Imperio, cuyas virtudes y bondades cautivaban la admiración de todos. Los jóvenes la deseaban por esposa, causaba envidia a las demás doncellas de su edad, y los viejos la respetaban por el cariño filial que profesaba a sus padres.

Los tres únicos individuos de aquella familia eran felices; poseían una fortuna, disfrutaban de buena salud y les tributaban más honores de los que ellos hubieran deseado. El amor de los esposos y el cariño de la hija hacían de aquel hogar un templo de felicidad.
 Un día el padre desapareció de la casa, sin que nadie pudiera explicarse la causa. Había salido por la mañana a dar un paseo a caballo, cosa que no extrañó a la familia, porque esta era su diversión favorita; pero sucedió que al anochecer se presentó sólo el caballo sin el jinete que lo montaba. Fue esta la primera nube que empañó la alegría que reinaba en aquel templo, hasta entonces consagrado a la felicidad doméstica. Pasaban días y semanas y el padre no aparecía. La mirada alegre y bondadosa de la madre, se tornó triste, y temióse, no sin fundamento, que aquella desgracia había de acabar con su vida. La hija no quiso en adelante vestir otro traje que el blanco, que es el color de luto en China, negándose a tomar alimento, ni ver a persona alguna, hasta saber noticias de su padre. 

La desconsolada madre, tan afligida por la melancolía de su hija como por la pérdida de su esposo, prometió grandes sumas a quien lograra encontrarle. Todo en vano.

Ya se desesperaba del éxito, y cuando Chinan, que así se llamaba la niña, viendo que el caballo alargaba la cabeza y relinchaba tristemente, siempre que ella pasaba por delante de él, se preguntó un día:
- ¿Qué me querrá decir ese noble animal?... ¡Oh, qué idea! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?
Y sin detenerse, fue muy gozosa a buscar a su madre para decirle que al día siguiente quería dar un paseo a caballo, la madre creyó que era un capricho, que no debía negarle.
 Antes de amanecer estaba Chinan vestida con su traje de equitación, e hizo colocar en el arzón una preciosa maletita, mientras el caballo piafaba inquieto, y relinchaba, alegre y como si conociera el designio de su dueña. Montó la joven, y cuando se hubo afirmado en la silla, partió el fogoso animal a galope tendido.

¿A dónde iba la niña montada en su brioso corcel? Nadie lo sabe. Atravesó dilatadas campiñas, áridas sierras, amenos valles, sin que el infatigable cuadrúpedo cejase un punto en su vertiginosa carrera hasta llegar a una espaciosa cañada ceñida por montañas altísimas. Allí se detuvo algunos instantes para tomar aliento, y se dirigió al pie de una montaña, en cuya base, cuando estuvo cerca, distinguió la joven una ancha abertura. Quiso contener al caballo, pero éste, indócil a la brida, penetró resuelto en el oscurísimo túnel. La niña sintió entonces miedo, y tendiéndose sobre el caballo, se agarró fuertemente a las crines, y le dejó marchar a su antojo. El piso debía de ser muy suave, pues apenas se percibía el ruido de los pasos.

Al cabo de una media hora, creyó distinguir alguna claridad: oyó el crujido de ramaje que arrancaba girones a su vestido, y por último se halló en un estrecho valle poblado de árboles frondosísimos. El caballo lanzó un relincho de alegría, y a pocos instantes apareció un anciano; al arrojarse del caballo la niña, cayó en los brazos de su padre, que estrechándola con ternura, exclamó:
- El cielo te ha traído, hija mía.
Se dirigieron a una gruta, comieron de las exquisitas provisiones que había llevado la niña, tomaron una taza de té con generosos licores, y después refirió al padre lo que le había sucedido.

- El día –dijo- que salí de la casa me encontré en un árbol algunos capullos, como los que ves aquí. , me puse a deshacerlos con mucha atención sin pensar que el caballo marchaba sin dirección a la aventura, hasta que observé que el sol se aproximaba al ocaso. Preocupado por una idea fija, espoleé al animal sin saber a dónde me dirigía, y corriendo al galope, recorrí una distancia que no puedo calcular porque era ya de noche, sólo recuerdo que el caballo se detuvo un momento: apreté los acicates, y al poco tiempo me encontré en este valle, pero tan magullado y falto de fuerzas que hube de apearme para descansar, esperando la vuelta del día. Amaneció, pero acosado por el hambre subí a una morera para tomar algún alimento, y al tiempo de viajar me faltó un pie y caí en el suelo, privado de sentidos. Ignoro cuánto tiempo permanecí en ese estado; sólo sé que al volver en mí, el caballo había desaparecido. Traté de buscar una salida de esta cárcel: entre muchas cavernas, pero todas, a más o menos distancia, estaban cerradas con muros impenetrables. El espeso jaral por donde has atravesado para llegar aquí me ha impedido ver la entrada de ese pasadizo, que debe de ser el que yo recorrí también. Resignado con mi suerte, me metí en esta gruta; los frutos de los árboles, diversas raíces y algunos animalitos cazados a fuerza de astucia me han proporcionado frugal alimento. Encendí fuego frotando dos palos secos y logré fabricar estos toscos utensilios de barro. Pero he hecho un descubrimiento importante. ¿Ves estas madejas de finísimas fibras? Pues es la obra de un insecto que se llamará el gusano de la seda. He estudiado sus costumbres, y ya sé cómo se cría: he recogido mucha semilla, y pronto tendremos en casa una industria nueva. Pero yo suspiraba por salir de aquí y más de una vez he soñado que estaba con tu madre en el campo y te veíamos pasar por los aires montada en un fogoso corcel. El cielo ha realizado mis sueños, y en premio de tu amor, hija mía, se ha de hacer de estas madejas tu velo nupcial, que será el primer velo de seda usado en el mundo.

Chinan abrazó a su padre, y derramando lágrimas de dulcísimo consuelo exclamó:
- ¡Bendito sea el buen Dios que me ha conducido! Puesto que ya hemos descansado, marchemos, padre mío, antes de que sea más tarde.

Montaron los dos a caballo, y al anochecer entraban alegres y felices en su casa. Pasadas las primeras muestras de indecible regocijo, el anciano contó de nuevo su historia, y Chinan las peripecias de su viaje.

Pocos meses después contemplaban atónitos los habitantes del Celeste Imperio el primer velo de seda.

Ved por qué dicen los chinos que la seda es un don concedido por el cielo a la piedad filial.

Saturnino Calleja, 1901.
 

martes, 22 de febrero de 2011

Tejidos del período Nazarí (1238-1492).


Durante el siglo XIII de la etapa nazarí hay una evolución lenta en el aspecto ornamental, con respecto al período final almohade, lo que hace llegar a decir a Gómez Moreno que el siglo XIII vive más de lo nuestro sin influencias extranjeras en las artes suntuarias. Así ocurre con la capa del infante don Felipe de Castilla y León, anterior a 1274, fecha de su muerte, de la que existe en el Instituto de Valencia de Don Juan un fragmento (n.º de inventario 2069). Los temas ornamentales se distribuyen en tres bandas paraleles en sentido horizontal. En la central se lee la palabra árabe «baraka» (bendición), escrita en caracteres cúficos, con los álif terminados en medias palmetas y aparece dispuesta simétricamente con simetría de espejo de derecha a izquierda y de forma invertida. Este tipo de bandas con escritura simétrica se da por primera vez en el tejido de la indumentaria de la reina Leonor de Aragón (1244), en las Huelgas de Burgos. El diseño mayor en la amplitud del tejido muestra medallones de ocho lóbulos, con unas aspas en el interior. La banda del lado superior contiene estrellas o medallones formados por segmentos cuadrados y lobulados, con cuadrados en su interior e inscritas unas flores de cuatro pétalos; en los espacios intermedios se crean unas crucetas con estrellas de ocho puntas y atauriques. Las bandas están separadas por finas líneas de tramas rojo y marfil formando rayas; y otra de estas cenefas crea un ajedrezado. Los colores son oro, marfil y azul, formando un ligamento taqueté. El diseño es muy similar al de la casulla de san Valero. De igual fecha es el Pellote del infante don Felipe o sobretúnica de amplias sisas, que llevaban tanto los caballeros como las damas en la Edad Media, estaba forrado de piel de conejo o de marta y de ahí viene su nombre del latín pellis (piel). El tejido está decorado con una red de lacería geométrica que crea estrellas de ocho puntas, que contienen rosetas de ocho lóbulos. En los interespacios se forman, a su vez, otras pequeñas estrellas de ocho puntas con ataurique cruciforme en el interior. Este tipo de ornamentación la vemos muy similar en un mármol califal procedente de Málaga que figura en el Ars Hispaniae, v. III, f. 242 c. que podría ser el precedente ornamental. El pellote termina en franjas ornamentales que decoran la parte inferior del mismo, dos de ellas con inscripciones cúficas que dicen al-yumn, la felicidad, con simetría que sirve de marco a la central, con cuatrilóbulos y estrellas de ocho puntas, así como unas listas de colores con pequeños discos de oro. Es muy similar al pellote de Leonor de Aragón, anterior a 1244, procedente de su ajuar funerario, uno de los mejores conservados en el Panteón Real de las Huelgas de Burgos. Lo que nos ofrecería una fecha entre 1244 y 1274 para este del infante don Felipe. De este período es igualmente la casulla de san Valero (tejidos Almohades), del Instituto de Valenciade Don Juan (n.º de inventario 2080). Muestra filas de medallones de ocho lóbulos con unas aspas en el interior y, en los espacios intermedios, estrellas de ocho puntas rodeadas de finos roleos y atauriques, todos estos temas ornamentales se realizan en oro sobre el fondo azul celeste intenso. Esquemas similares se encuentran en el paño funerario de doña Mencía de Lara, que murió en 1227, abadesa de San Andrés del Arroyo (Palencia); y en la casulla de Ximénez de Rada, 1247, aunque en estos dos tejidos el diseño destaca de forma adamascada y es en lampás blanco sobre el fondo del mismo color. De tal modo que en los de la casulla del terno de san Valero y capa de don Felipe son más ricos por el empleo del oro abundantemente, y la técnica de taqueté en que está realizado todo el tejido, también serían un poco posteriores. Otros fragmentos son el de «las estrellas con parejas de leones en el interior» y el de «bandas con inscripciones árabes cúficas», muy deterioradas en su base, que dicen alyumn (la felicidad), o la prosperidad, como se observa en los fragmentos bien conservados de esta casulla, igual que en la capa del infante don Felipe. En torno a esta época existe una serie de tejidos mudéjares, hechos por encargo de los reyes y la nobleza a los talleres andalusíes o posiblemente también a talleres de Castilla. Es el caso de un grupo de tejidos realizados con la técnica denominada en los inventarios medievales pannus de areste, draps d’areste, cloth of areste y ad spinum piscis, por su labrado con aspecto de puntas de diamante para el fondo y los motivos decorativos diseñados en forma de espina de pez; donde vemos animales, temas vegetales y geométricos, así como escudos heráldicos. Fueron identificados por King con los tejidos citados en dichos inventarios, sin saberse su origen. El hecho de haberse encontrado en el Panteón Real de las Huelgas de Burgos numerosos ejemplares desde finales del siglo XII y durante el XIII hizo pensar a los historiadores y estudiosos de la técnica textil, como Vial y sobre todo Desrosiers, que se trataba de tejidos realizados en talleres españoles, hechos por encargo de la casa real de Castilla, como el de Alfonso VIII, anterior a 1214, decorado con castillos de oro sobre escudetes rojos; o el de la cofia de Enrique I, c. 1217, diseñado con calderos pertenecientes a la familia de Alvar Núñez de Lara, miembro de la nobleza castellana y tutor del joven rey.
Cofia de calderos
El más antiguo parece ser el hallado en el reconditorio del «Cristo 1147», hoy en el Museo de Indumentaria de Barcelona, realizado en torno a esa fecha de 1147. A este grupo pertenece el tejido de arista de los leones rampantes. Este fragmento del Instituto de Valencia de Don Juan, con franjas de leones afrontados en azul celeste intenso sobre amarillo pajizo, y a la inversa, es de doble cara, pertenece a esta serie y forraba una arqueta de marfil hispanomusulmana de don Alejandro Pidal. Shepherd (1958) por el tema de ornamentación de alguno ellos de tipo musulmán, como las estrellas, de ocho puntas e inscripciones árabes, junto con otros elementos cristianos e incluso heráldicos y su disposición a tresbolillo, repetitiva como los de tipo musulmán, los denomina mudéjares. Martín i Ros (1992) los identifica como de talleres almohades andalusíes. El tipo de tejido que se observa en la capa del abad Biure, abad del monasterio de San Cugat del Vallés (Barcelona), del que se conserva un fragmento en el Instituto de Valencia de Don Juan (n.º de inventario 2057), fue denominado medias-sedas por Falke, que los atribuía a Regensbourg (Alemania), por existir un tejido de este tipo en su catedral; y filosedas por Gómez Moreno, están hechos con cáñamo para la urdimbre interna y lino para el hilo interno del oropel y solamente seda para la urdimbre de ligadura y la trama ornamental, con ligamento samito.
Capa del Abad Biure.
Shepherd sugería que estos tejidos pudieron ser hechos por tejedores mudéjares en Castilla, tanto por los materiales utilizados, el oropel rebajado con plata y el escaso uso de la seda dejándola sólo para la decoración, y no para la parte interna del tejido; pues esa fibra sería más difícil de conseguir que en al-Andalus, donde se producía, como por la temática pues se trata de imitaciones toscas de los lampas almorávides, con círculos y parejas de animales: pavos, leones, águilas y grifos. En estas filosedas se incluyen bandas de escritura pseudocúfica, como recuerdo de la escritura andalusí, pero realizada por alguien que no conoce o no escribe bien esa lengua. Asimismo, Shepherd sugería que al igual que se trajeron alarifes de al-Andalus para hacer las yeserías del claustro de San Fernando de las Huelgas de Burgos, decoradas con estos mismos motivos entre 1230 y 1260, se pudieron traer tejedores a esta ciudad, donde se conserva un grupo de tejidos de indudable afinidad, seis forros de ataúd en el museo de las Huelgas, todos del siglo XIII. Así como la almohada de Sancho IV, en la catedral de Toledo; o el del paño que cubría el cuerpo de Alfonso X, en la catedral de Sevilla, y el forro del ataúd del infante Alfonso (1291), hijo de Sancho IV, en Valladolid. La prueba de que estos tejidos eran hechos de encargo para la casa real de Castilla y León, es el tejido con escudos de castillos y leones, de la indumentaria del infante Fernando de la Cerda, hijo de Alfonso X, que murió en 1275. Estos tejidos de considerable grosor fueron también utilizados para otras piezas de indumentaria religiosa como la dalmática d’Ambazac, cuyo estudio y análisis técnico realizado por Shepherd y Vial (Shepherd y Vial, 1978) determinaron la adjudicación a los talleres mudéjares de este grupo textil.
Ilustracion de la cama Sancho IV.
Almohada de Sancho IV.
Indumentaria de Fernando de la Cerda.
Finalmente tenemos los tejidos nazaríes, denominados también sedas de la Alhambra, siglos XIV y XV, por su semejanza con los diseños en yeserías y alicatados, que decoran el palacio nazarí granadino. Así, en el «tejido de las palmas» la decoración es de sebqa o red de rombos formada por palmas de hojas asimétricas, creando arcos, bajo los cuales se cobijan letreros cúficos, que terminan en lacería en la modalidad del cúfico anudado donde se lee la palabra alyumn (la prosperidad), escrita de forma simétrica. Las inscripciones se culminan en arcos lobulados creados por elementos vegetales. Las palmas se enroscan al final a dos hojas anilladas, que cierran el arco con trabillas. Los interespacios se llenan con unos motivos con puntas de diamante recordando las piñas nazaríes, se realizan en oro, así como las inscripciones. La técnica es la de los tejidos granadinos de la primera mitad del siglo XIV, donde se utiliza el hilo de oro para la decoración con un fondo rojo, del tinte quermes y el ligamento lampás con una urdimbre con efecto ornamental. La epigrafía es la típica del segundo cuarto del mismo siglo, según Fernández Puertas. En cuanto a la decoración de atauriques se asemeja a las yeserías del Alcázar Genil, así como a otras yeserías de la Alhambra de la época de Yusuf I, ya que todo el esquema decorativo se repite con ciertas variantes en las construcciones de este monarca (1333-1354), como en el palacio de Comares.
El tejido con inscripciones árabes y el lema «Gloria a nuestro señor el sultán» pertenece a una serie que se haría para uso de la casa real del sultanato nazarí de Granada, como podemos ver en las inscripciones, que constituyen el elemento principal de la decoración distribuida en bandas. En la central, vemos las frases diseñadas con una bella grafía en caracteres thulth andalusí, que dicen: «Izz limaulana al-Sultan» (Gloria a nuestro señor el sultán) alusivas a Yusuf III (1408-1417). La trama floral está en segundo plano respecto de la epigrafía y va unida por tallos en espiral, en ella se mezclan elementos clásicos de la flora nazarí, como las palmas de perfil y las hojas asimétricas, junto con otros temas vegetales de tipo gótico, como las clavellinas y las espigas que podemos ver también en otras obras nazaríes, como el azulejo de Fortuny, del Instituto de Valencia de Don Juan, donde aparecen, asimismo, las inscripciones alusivas a Yusuf III coincidiendo perfectamente la fecha y los elementos ornamentales de ambas piezas. Las franjas siguientes tienen otras inscripciones en nashji donde dice: «Nuestro señor el merecedor de la generosidad y la nobleza, el nieto de nuestro señor el afortunado», según Yousuf epigrafista de la Universidad del Cairo. Las bandas restantes muestran almenas escalonadas igual que en los frisos de alicatado y yeserías de la Alhambra. El precedente ornamental y técnico pudo ser el diseño de los tejidos que se importaban de Asia central, por vía comercial, o a través de embajadas como la de Ruiz Gómez de Clavijo al Gran Tamerlán, una de estas piezas decorada con bandas de inscripciones cursivas y otras con palmetas y lotos realizadas en lampás de seda azul e hilos de oro, se puede ver en el forro de ataúd del infante Alfonso de la Cerda que murió en 1333 y se conserva en el Museo de las Huelgas de Burgos, procedente de su sepulcro (Partearroyo, 1992, 336).
Fragmento del forro del ataud del Infante Alfonso de la Cerda.
Aunque el parecido es aún mayor con otra pieza textil, con la que se realizó la dalmática del Museo de Arte e Historia de la Cultura de Lübeck (Alemania) (1350-1400). El efecto es similar por la policromía parecida en ambas, pero la dalmática resulta espectacular por el uso del oro. En los talleres granadinos se dejaría de usar por resultar caro y se fue sustituyendo por seda amarilla o blanca, como en esta serie de tejidos, posiblemente para las piezas destinadas al comercio. Hubo otros tejidos de esta serie realizados con una técnica lampás, pero de tipo ligeramente fruncido que podrían intentar recordar más de cerca a los de Asia central. Una pieza de gran tamaño de esta modalidad técnica de taller nazarí se usó en el interior de la indumentaria de la imagen de una virgen vestidera o de las de vestir, en Cabrejas (Valladolid), del siglo XVII, que ha sido hallada recientemente y me fue dada a conocer por su descubridor Ramón Pérez de Castro, el historiador de la Universidad de Valladolid que estudiaba el retablo de la iglesia. Según éste pertenecería posiblemente al señorío de los Manuel, que es la familia de la nobleza más destacada de esa zona. Las dos piezas nazaríes que estudiamos debieron pertenecer al entorno de los sultanes, y formarían parte de los palacios nazaríes con los que harían juego como adornos para el mobiliario en forma de cortinas, almohadones, etc., o para uso personal, sin duda hechas en el taller real o tiraz nazarí, utilizando el tinte quermes, el hilo de oro; y ya en el siglo XV se sustituye el hilo de oro por la seda amarilla que produce el mismo efecto y resultaba más barato el tejido, posiblemene teniendo en cuenta el comercio y la exportación de los productos de lujo a la España cristiana. Podemos apreciar el gusto hacia estos tejidos por parte de la Iglesia que compró tejidos similares para realizar los ornamentos litúrgicos. Así como por parte de la nobleza, como en el caso de los condestables de Castilla, don Pedro de Velasco y doña Mencía de Mendoza, que regalaron un tejido con estas inscripciones de 110 cm de ancho de telar por 386 cm de largo, para realizar una capa pluvial para el culto de su capilla en la catedral de Burgos, donde se conserva. Otras piezas conocidas son la casulla del Castillo de Caravaca (Murcia) con el mismo lema, pero con el nombre de Yusuf I (1333-1354), según Amador de los Ríos; y la casulla del museo de Antequera, según la tradición, fue realizada con una bandera ganada a los musulmanes en la batalla del Chaparral en 1424.

CRISTINA PARTEARROYO LACABA
Instituto Valencia de Don Juan

viernes, 18 de febrero de 2011

La seda en el lenguaje (I).

Egoki arzari seda beloa.
¡Qué bien le está al oso el velo de seda!
 
Lope Martínez de Isasti, natural de Lezo (Gipuzkoa), dejó escrito un libro “Compendio historial de Guipuzcoa” en torno a 1620, publicado varios siglos después de su muerte. En el libro se recogen casi un centenar de refranes en euskera con su correspondiente traducción al castellano, que aquí se muestran en grafía modernizada. Los refranes se han recogido del libro de Mitxelena “Textos arcaicos vascos”, de las páginas 176-181. Quien desee consultar los textos en su grafía original puede consultar el libro de Mitxelena, donde también se encuentran las numerosas notas que hizo a los refranes, dando cuenta de las diferencias que hay entre los diferentes manuscritos, tres, usados para fijar el texto. 
Texto:
Gastiz.

Cambra amb capolls dels cucs de seda. Valençia.

Cambra amb capolls dels cucs de seda. Col·lecció J. Mª Bataller

sábado, 12 de febrero de 2011

En busca da seda de Lemos (II).

A eclosión da seda en Monforte.

O verme da seda.
Neste ano (2004) cúmprese o cuarto centenario da publicación Del Quijote, e en moitos lugares de España estase a festexar este feito relevante. Os Amigos do Patrimonio de Terra de Lemos estamos a traballar para participar nesta conmemoración con actos culturais que teñan lugar na nosa cidade, toda vez que Cervantes dedicou a don Pedro Fernández de Castro, sétimo conde de Lemos, o segundo tomo da «novela por excelencia». Este ilustre nobre, non foi soamente un mecenas de escritores da época, ademais foi un personaxe comprometido co desenvolvemento de actividades industriais encamiñadas a beneficiar aos seus vasalos monfortinos como se pon de manifesto polo seu interese en promover a industria sedeiro na zona.

A manufactura da seda foi moi valorada dende a antigüidade por ser un tecido moi resistente e por ter especial aptitude para a tinguidura, ademais de ser un artigo moi belo. Os primeiros que coñeceron a técnica da súa elaboración foron os chineses. En España introduciuse a través dos musulmáns, e na súa fabricación sempre destacou a cidade de Murcia, entre outras, desenvolvendo esta actividade durante séculos.

A materia prima empregada na fabricación deste téxtil é un filamento que segregan os vermes da moreira. Unha vez conseguida a fibra procédese ao delicado proceso da tinguidura que se realizaba cando esta xa se encontraba enmadejada. Somerxíanse as madeixas nuns recipientes onde se disolvera unha substancia que servía para fixar as cores (alume, sales potásicos, etc.). As cores básicas eran o vermello, o amarelo e o azul. O vermello obtíñase da cochinilla mexicana (despois do descubrimento de América) e das aciñeiras; o amarelo do azafrán, do agracejo e da reseda; o azul obtense do anil. A tinguidura era un proceso moi importante porque da utilización dos materiais apropiados dependía a calidade da seda. A produción española tivo o seu auxe a fins do século XV e principios do XVI. Durante o reinado de Felipe III decaeu polas medidas pouco afortunadas de expulsar os mouriscos, que eran os que se dedicaban, en boa medida, á súa manufactura. (Cristina Partearroyo, «Téxtiles», Historia das Artes Aplicadas e Industriais en España, Madrid, 1987).

Nunha carta que o conde dirixe dende Madrid a Pedro de Valcárcel, o seu contador en Monforte, o 4 de xaneiro de 1618, maniféstalle un ambicioso proxecto destinado a promover e a impulsar, nesta terra, a manufactura téxtil sedeiro. Di textualmente na súa misiva: « ... pues del ha de resultar tan gran Beneficio a todos los della y que no se pierda tiempo sin que se empiece desde Luego y assi combiene que en recibiendo esta pongays en execucion todo lo que os escribe Diego de Losada en la carta que aqui se os embia adereçándo y cultivando la tierra en la forma que en ella se os advierte ...». O conde comunícalle que ten especial empeño en que a empresa teña éxito e, para iso, debe poñer moito interese no seu cumprimento.

Artesáns de Murcia.

Noutra carta escrita o 10 de marzo, dille que para levar a efecto esta empresa contratara os servizos do especialista murciano Pedro Soler e do seu fillo, para plantar moreiras na bisbarra de Monforte e para ensinar o oficio de fabricar seda aos seus vasalos. Concertou con eles o soldo anual de 1.540 reais e 24 fanegas de trigo que se distribuirían en doce mensualidades, entregándolle un mes anticipado a súa chegada, e buscaríalles casa onde vivir. Por outra parte, encoméndalle encárguese de facerlles a vida confortable para que se fosen acostumando «a la tierra pues por ser tan forasteros sera necesario mirar mucho por ellos». Acompañaralles a recoñecer os terreos da zona co fin de elixir os máis idóneos para plantar as árbores, proveralles de todas as ferramentas que solicitaran e «las demas cosas que fueren necesarias para la cultura destos Arboles». Puxo especial fincapé en «procurar que algunas personas de entendimiento y caudal vayan aprendiendo destos hombres esta profesion pues ansi se conseguira mas enteramente el fin que se pretende de introducir este trato no solo en la tierra sino tambien en los vezinos dell». Pide infórmeselle da cantidade de moreiras que se poderían plantar na bisbarra de Monforte.

Un negocio moi rendible.

A industria sedeiro era un negocio moi rendible. A produción, destinada ás clases privilexiadas polo elevado prezo do artigo, estaba asegurada. O conde de Lemos, consciente da importancia que a elaboración da seda e o proceso de tinguidura tiñan, decidiu impulsar esta industria en Monforte. Asinou un contrato o 20 de outubro de 1621 co mestre madrileño Lorenzo Pérez, para que se trasladase coa súa muller e familia a esta vila onde permanecería dez anos para continuar e aumentar o obraje e tinguidura deste téxtil.

O mestre traería, pola súa conta, os aderezos para ser utilizados no torcido e pigmentos para tinguir a seda. Acompañaríano especialistas que realizarían ambos os dous procesos co fin de continuar e levar adiante a fábrica sen interrupción; polo menos, serían un torcedor e un tintureiro que permanecerían na vila os dez anos do contrato e, en caso de ausencia, substituirían outros. Tomarían de aprendices aos «naturales de la dicha tierra de Lemos los que a su excelencia paresciere y fuere serbidos y los enseñara y tendra a su quenta asta que entiendan y sepan bien el dicho oficio y arte». Por outro lado, favorecíase ao dito mestre con exención de impostos, pois durante os cinco primeiros anos «no se le pidira ni pagara ninguna alcabala de todo lo que negociare y tratare quanto a la dicha fabrica de seda».


O conde entregaríalle catro mil ducados da once reais; dous mil á firma do contrato e os outros dous mil, o ano seguinte, ademais de douscentos ducados para axuda dos gastos do traslado da súa familia dende Madrid. O inxente importe destinado a este proxecto dános unha idea da envergadura da empresa.

O mestre devolvería no prazo de oito anos o importe en oito anualidades, máis o cinco por cento de interese. Para poder levar a cabo esta ambiciosa empresa, Lorenzo Pérez asociouse con Antonio Fernández, mercador veciño da vila, e ambos os dous obrigáronse ao cumprimento do contrato. Supoñemos que esta empresa tería bo fin, aínda que descoñecemos o tempo que Lorenzo permaneceu en Monforte.

O gremio asentouse na parte estreita da actual rúa do Cardeal, onde deixou herdanza.

Uns anos máis tarde, nalgúns documentos encontramos nomes de sedeiros que viven en Monforte. En 1625, o 29 de xullo, existe unha obriga de Gaspar del Castillo, mestre da arte da seda, pola que el e a súa muller se obrigaban a pagar o conde de Lemos, don Francisco Ruiz de Castro, e á condesa dona Catalina de la Cerda e Sandoval, a cantidade de douscentos cincuenta ducados no termo de tres anos que lles prestaran para sustentar o «trato y fabrica de la sseda y por le hacer merced y buena obra».
O 25 de xaneiro de 1626, Gaspar de Berveran, tintureiro, obrígase a pagar aos ditos conde e condesa viúva, sesenta ducados, «los quales le dieron prestados por hacerle merced y buena obra y que pudiese conservarse en su ofizio de Tintorero y tenerlo en pie». 

Certa relevancia.

Non dubidamos que a industria sedeiro tivo certa relevancia en Monforte, aínda que non sabemos canto tempo se mantivo. Sabemos que existía a rúa Sedeiros (parte estreita da rúa do Cardeal ata a actual praza de España) e a de Tecelanes, que aínda perdura con este nome.

A documentación a que facemos referencia encóntrase no arquivo das Nais Clarisas en Monforte de Lemos.
Crónica histórica | Los mecenados do sétimo conde de Lemos
Pedro Fernández de Castro impulsou unha verdadeira industria local ao atraer a vila a mestres procedentes doutras latitudes mediante vantaxosas condicións económicas
(Manuela Sáez | La Voz de Galicia - Monforte)

Poesía y seda (I).

Decía el gusano: -«Yo hilando con pena
»mis pobres entrañas -produzco la seda;
»los vanos adornan sus cuerpos con ella.»-
-«Mi obra es más útil -replica el poeta;-
»yo hilvano mis sesos; -yo labro sentencias;
con ellas se aliñan -las almas discretas.»-

El gusano de seda y el poeta
de Felipe Jacinto Sala.
Tenías un rebozo en que lo blanco
iba sobre lo gris con gentileza
para hacer a los ojos que te amaban
un festejo de nieve en la maleza.
Del rebozo en la seda me anegaba
con fe, como en un golfo intenso y puro,
a oler abiertas rosas del presente
y herméticos botones del futuro.
(En abono de mi sinceridad
séame permitido un alegato:
entonces era yo seminarista
sin Baudelaire, sin rima y sin olfato).
¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo
de maleza y de nieve,
en cuya seda me adormí, aspirando
la quintaesencia de tu espalda leve?

Ramón Lopez Velarde

domingo, 6 de febrero de 2011

El arte de la seda en el Reino de Granada. Del esplendor a la decadencia.

 
La cría y producción de seda en el Reino de Granada la introdujeron los árabes tras la invasión. Siguió siempre las pautas que ellos establecieron, llegando a ser con el tiempo uno de los artículos más valorados y de mayor proyección internacional del reino nazarí. Es la época de mayor esplendor, hay varios motivos para ello:

- La extensión del reino y su terreno, de mejor calidad y menos áspero, que los de Valencia o Toledo, lo hacía más a propósito para los morales y moreras y por lo tanto su seda se apreciaba más.

- Desde la baja edad media existía una “ruta de la seda granadina” que llevaba la fibra desde los puertos de Málaga y Almería, a través de Valencia, con destino a Génova. Los principales centros sederos italianos (Florencia, Venecia, Génova…), carentes crónicamente de materia prima, acudían a las áreas que hasta entonces constituían mercados de adquisición de finos y ricos tejidos, elaborados respetando la más fiel tradición islámica. Alrededor de 1393 se amplía la ruta, por vía terrestre desde Barcelona a Montpellier y París. Génova y Flandes son los principales destinos de la seda nazarí.

- Más adelante los moriscos, tomaron el relevo. Sus mujeres tenían fama de expertas hilanderas y tejedoras.

- Creación de un poderoso gremio artesanal para ejercer los oficios relacionados con el arte de la seda, tanto a lo ancho, como a lo angosto (pasamanería, cintas, etc.)

- A lo largo de los siglos XVI y XVII, había un importante censo de talleres, la mayor parte en las calles Santa Escolástica, Molinos y bajo Albaycín.


- Para conseguir el título de maestro, imprescindible para ejercer el oficio y tener aprendices y oficiales a su cargo, había que sufrir un duro examen en la Real

Audiencia y Chancillería de Granada, ante un tribunal de expertos, veedores y alcaldes, demostrando profundos conocimientos en todo el proceso de cría y producción de la materia prima y de la elaboración en los telares, así como experiencia, pericia y arte (hiladores, tintoreros y tejedores).

Causas de la asombrosa decadencia:

- La inicia la tala y quema masiva de árboles durante el sitio de Granada.

- Preeminencia de la ganadería (pastos libres).

-Prohibición de plantar moreras por ser la seda resultante de peor calidad que la del moral, sin embargo es un árbol más duro y adaptable.

- Prohibición de plantar cualquier árbol de regadío

- Expulsión de cien mil familias moriscas: labradores, criadores y comerciantes de seda.

- Impuestos desorbitados en general a los criadores y productores (más del 60% en tiempos de Felipe V).

-Trabas en la comercialización: no era libre, sino a través de las alcaicerías se entregaba la mercancía a los jelices y se subastaban en pública almoneda, contentándose con lo que les entregaban los corredores arbitrariamente.

- Finalmente, se encabezó (impuestos) a los pueblos por cierto número de morales y onzas de simientes de gusano y se les obligaba a pagar de mancomún los derechos de las libras de seda que los rentistas habían calculado en sus oficinas que debían producir: 1 árbol = 10 arrobas de hojas. 50 arrobas de hojas = 1 onza de simiente = 4 libras de seda fina y 2 libras de seda basta.

A la monarquía le interesaba mucho comprender y paliar la decadencia de este “fruto preciosísimo”, fuente de una importante recaudación, por lo que al fin, se comenzó a promulgar leyes para reactivar y proteger su cría, producción y comercialización. Se inicia así una segunda época de cierto auge durante los siglos XVII y XIX.

- Ley de 21 de junio de 1747:

· Establecer la Compañía Real de Fábricas y Comercio de Granada (“Compañía Real de Granada”).

· Comprobaron que no existía en todo el Reino de Granada ni la centésima parte de los morales entregados por censo real a los repobladores después de la Conquista.

· Nombrar un Juez Conservador de la Compañía y especialmente del plantío de moreras.

- Real Decreto de 24 de julio de 1776:

· Cesar los encabezamientos, perdonando a los pueblos sus deudas.

· Rebajar los impuestos.

· Extinguir los oficios de jelices y conceder libertad a los dueños para comerciar por sí mismos.

· La Junta General debía cuidar del buen hilado y calidad de la seda.

· Promover el plantío de moreras y morales.

- Comisión de la Junta para el fomento de la seda.

- Real Cédula de 16 de marzo de 1778:

· Prohibición de entrar el ganado a pastar en tierras de nuevos plantíos.

A estas leyes le siguieron otras en la misma línea, pero llegaron tarde, jamás se logró remontar el declive iniciado tras la Reconquista, fueron años, siglos de abandono. Todo lo relacionado con el “arte de la seda” terminó por desaparecer. El Archivo de la Real Chancillería cuenta con importantes documentos sobre esta parte de nuestra historia. Forman parte de pleitos, o de la Colección que sobre la seda se ha ido acumulando a lo largo de los años con documentos de distintas procedencias.
  



ALCAICERÍA: En el Reino de Granada, era una aduana o casa pública donde los cosecheros presentaban la seda para pagar los derechos establecidos por los reyes moros.

JELIZ: Tratante, oficial que en las tres alcaicerías del Reino de Granada, y con la fianza de 1000 ducados, estaba nombrado y autorizado por el ayuntamiento para recibir, guardar y vender en almoneda o subasta pública la seda que llevaban personas particulares, y para cobrar y percibir los derechos que por tales ventas devengaban para los propios de la ciudad aquella mercancía.

ALMOTACÉN: Fiel de la seda, persona que contrastaba oficialmente las pesas y medidas, vigilaba los mercados y señalaba precios diariamente.
 
Beatriz de Miguel Albarracín. DM 09
© Archivo de la Real Chancillería de Granada.