Debido a la gran producción textil que reflejan los historiadores, para abastecer a los numerosos talleres se puede pensar que, si el trabajo o el proceso del hilado era manual, se realizaría con la ayuda de algún sistema semimecánico que permitiera un molinaje múltiple y produjera unos hilos finos y regulares en su torsión (Saladrigas, 1996). Una vez más, el lenguaje metafórico respecto a lo textil es utilizado para comparar el hilado de la seda con la administración de la provincia de Azerbayán que hace el historiador Miskawayh en el año 965 (o 421 H.) en su obra Kitab Tajarib al-Uman: «¿Habéis observado a los que hilan la seda? La torsionan por medio de una serie de bobinas que cuelgan de unos ganchos en una especie de cruces de vidrio». «Sí», respondí yo. «¿No sabéis que todo el trabajo del obrero consiste en instalar la máquina y en regularla? Después de lo cual es suficiente con controlar los hilos cerca de las bobinas y vigilar el devanado. Nosotros hemos montado convenientemente la máquina, las bobinas giran, la seda se torsiona y el molinaje de la misma se va realizando. Pero si nos alejamos, la fuerza de la rotación empieza a debilitarse, pues no habrá nadie para mantenerla; entonces empezará a relajarse, la velocidad de rotación de las bobinas disminuirá, y tomarán el movimiento contrario y se invertirán y se torsionarán en el sentido contrario al que seguían hasta ahora. Nadie estará allí para controlarlo y la máquina se irá parando poco a poco de tal forma que no quedará nada».
La transformación de la seda en madejas se ejecutaba sólo por maestros hiladores cualificados. Esta situación ya se daba en época musulmana y se refuerza después de la conquista. Todavía cuando tuvo lugar la expulsión masiva de los moriscos en 1571, en época de Felipe II, hubo exenciones para 786 mujeres hiladoras en todo el reino de Granada.
El proceso de molinaje era confiado a personas expertas llamadas naqqad, quienes devanaban directamente a partir de los capullos para obtener la seda llamada manqud, la seda de desecho era hilada por los muqasir y denominada muqassar (Saladrigas,1996).
Según el Tt’en-Koing k’ai-wu de Sun Ying Hsing (1637), un trabajador podía devanar unos 850 gramos por día, trabajando sobre un promedio de 7 a 10 capullos para obtener una seda de 20/22 deniers (medida de densidad); si la seda estaba destinada a pañuelos, la cantidad se reducía a solamente 500 gramos, pues el hilo de seda para estetipo de piezas debía ser más fino. Se calculaba que dos varas y media de seda tejida equivalían a una libra de seda cruda. Estudios recientes (Morral, 1991) afirman «que puede considerarse que para la producción de un kilo de seda hilada con hilatura manual, son necesarias, como mínimo, dos jornadas y media».
Serrano (1993) analiza varios términos del diccionario de Ibn Sida y saca algunas conclusiones, como ejemplo: qazz sería la seda sin devanar; ibrisam, el hilo que se obtiene del devanado; jazz sería la seda ya hilada pero seda de baja calidad, es decir, aquella que se ha partido su hebra al sacar la seda desde el capullo al torno y queda con las uniones de los hilos, resultando una seda burda, que se solía aprovechar, en ocasiones, para formar la urdimbre y en la trama se utilizaba otro material (lana, lino, algodón, etc.), consiguiéndose un tejido de una textura sólida, gran resistencia, más abrigado y económico. Finalmente, el término harir se aplica para el tejido cuya trama y urdimbre se forman con seda, y también para indicar la seda en un sentido genérico, aunque hay que señalar que el uso del vocablo harir siempre hace referencia a un tejido precioso o valioso.
La seda se hilaba en las zonas rurales (López de Coca, 1996). Entre los meses de diciembre y abril, cuando los caminos de las Alpujarras se encontraban cubiertos de nieve, sólo llegaba a la capital nazarí una pequeña cantidad de seda, pero entre los meses de junio y septiembre las ciudades recibían los dos tercios de la producción anual. Luego, en la alcaicería al-qaysariyya los inspectores yilis comparaban el peso y la calidad de la seda y vigilaban la regularidad de la venta de almoneda.
Los criadores sólo podían vender la cosecha de seda, parcial o totalmente, en una de las tres alcaicerías existentes en el reino; las de Granada, Málaga y Almería. La designación de los maestros hiladores que trabajaban en el torno corría a cargo del funcionario, conocido como hafiz o conservador, y de sus lugartenientes; si aquéllos iniciaban sus labores sin permiso previo de estos oficiales, perdían la seda hilada y pagaban su valor al dueño de la misma. Para ello el hafiz debía nombrar cada primero de abril a los hiladores «en la costa de la mar» y a mediados de mes en el resto del reino. Cuando era el momento propicio, iban a cualquiera de ellas y llevaban consigo al hafiz «que está en el marxamo» entregando luego la seda a un corredor que la ofrecía en almoneda, cobrando una comisión por ello.
El poeta al-Rusafi de Valencia, en el siglo XII, debía conocer bien a los sederos o hiladores de seda y así los describe: «El sedero se parece a la gacela: con su largo cuello agyad sostiene la seda en la boca como la gacela sostiene la rama de ‘arar en la suya».
Es evidente que la calidad de las madejas variaba según su procedencia geográfica.Las de mayor precio eran las producidas en Almería, Guadix y los distritos alpujarreños de Marchena, Beloduy y Andarax. En un nivel intermediario estaba la seda procedente del resto de la Alpujarra, Granada y su litoral, Málaga y su Ajarquía, Baza y su hoya, valle de Almanzora, Vera y Purchena, y las de menor precio eran las que llegaban del extremo occidental del reino nazarí (López de Coca, 1996).
En los documentos de la Geniza del Cairo se llegan a citar doce tipos diferentes de seda, según su calidad y lugar de origen. En al-Andalus se llegaron a conocer más de catorce sinónimos para la palabra seda ya en el siglo XI, según el diccionario de Ibn Sida de Murcia. En aquellos documentos de la Geniza aparece al-Andalus como el primer productor de seda ya en el siglo XII.
CRISTINA PARTEARROYO LACABA
Instituto Valencia de Don Juan